APUNTES SECULARES
El resumen histórico es muy sencillo, si uno se fuera a quedar sólo en el resumen histórico: En 1607 la zona fue recorrida por Hernandarias, quien en carta a Felipe III mencionó la gran abundancia y fertilidad de esta tierra. En 1723 Pedro Gronardo se estableció para criar ganado. Una comisión presidida por Máximo Tajes formalizó el pueblo el 3 de agosto de 1896. En 1958 se denominó villa y en 1971 ciudad. Después vino el resto, es decir, el ahora, con una población duplicada en los últimos cincuenta años: 1221 habitantes en 1963 y 2508 en el censo de 2011, donde además se contabilizaron 992 viviendas. Y en el momento en que Los Cerrillos fue nominado ciudad contaba con apenas un millar y medio de pobladores, cuando el número mínimo exigido por una ley de 1946 es de 5000, aunque tampoco en esto se ponen de acuerdo los gobernantes, pero una diferencia de 3000 personas indica claramente que Los Cerrillos no puede considerarse ciudad sino villa. Aunque cuando los gobiernos se empeñan caprichosamente en dar como válido algo irreal generalmente se las arreglan para que los númeron calcen y listo. Y así fue que en 1971, fecha conmemorativa del 75º aniversario del pueblo, consideraron que quedaba bien ascenderlo al grado de ciudad y así lo hicieron, para lo cual no tomaron en cuenta la población de Los Cerrillos sino la de toda la tercera sección que Los Cerrillos integra. Ello no cambia nada en el devenir cotidiano, pero sí falsea la identidad global de una población, que es lo que en este caso nos interesa: no ser lo que nos dicen que somos desde hace cuarenta y pico de años. Pero más que ese dato, posiblemente la identidad conservadora y pueblerina de Los Cerrillos se vea más sacudida si se concreta lo que en algunas esferas del gobierno está sobre la mesa: la posibilidad de que la plantación y cosecha de marihuana se realice en el predio del Campo Militar. Más allá de todo eso, el habitante local no se diferencia sustantivamente de cualquier otro poblador de un pequeño centro habitado del interior del país, a excepción de que aquí estamos a 37 kilómetros de la capital uruguaya, lo cual abona una transculturización por demás evidente, ya que además muchos cerrillenses viajan diariamente a trabajar o a estudiar en Montevideo, del que hace más de un siglo también formamos parte. Pero además el hecho de que ya hayan transcurrido más de cien años desde su fundación y bastante más de medio siglo desde la llegada de los últimos inmigrantes redunda necesariamente en que los hábitos y las costumbres de la población hayan cambiado con respecto a los de entonces y que las pautas identitarias se hayan uruguayizado en una sana ensalada donde conviven las herencias europeas, los hábitos propios del ambiente rural y la regla innovadora de las nuevas generaciones que han nacido en los últimos treinta años al menos. Y como en toda civilización, el paso de la modernidad crea conflictos, que generalmente son disimulados por los pobladores de mayor edad, se esté o no de acuerdo con esos cambios. Ese equilibrio, consentido o forzado, hace que en Los Cerrillos se viva un clima de tranquilidad que muchas otras zonas pobladas del país envidiarían si lo conocieran. ¿Pero qué se hipoteca en pos de ese equilibrio? La identidad originaria cifrada en determinados valores que mañana posiblemente cambien de forma y ojalá no de contenido, con el riesgo implícito que todo cambio trae consigo, pero entendiendo que ningún cambio es evitable, que es sano y natural que sea inevitable, y que se deberá intentar gestionar las nuevas realidades en la mayor armonía posible, desde lo etario y lo cultural, para que el nuevo Cerrillos que estamos comenzando a habitar conserve lo mejor de sí y destierre algunos males que, por tradición o condescendencia, seguimos reivindicando como válidos. Hoy el hombre y la mujer de campo tienen acceso a muchos recursos de la urbanidad de los que hace cuarenta años carecía, y si ello mejora su calidad de vida será positivo que así siga ocurriendo porque es una forma de integrar culturas que en este sitio están por demás enlazadas, sumando a ello que difícilmente la gente de la zona urbana vuelva a poblar el campo para lograr ese encuentro. Y en tal equilibrio también juega un rol muy importante la integración generacional, en tanto desde las viejas raíces se gestan los más nuevos frutos.
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