jueves, 15 de mayo de 2014

 
Identidad

EL HUEVO O LA GALLINA 

¿Qué fue primero? ¿El ser humano que desarrolló una identidad en esta tierra o la tierra que expresó esa identidad a través del ser humano? ¿Tradición, proyección o ambas cosas? Vivimos en una ciudad que es ciudad por ley pero que desde el sentido común no llega a serlo. ¿Cómo vive nuestra sociedad esa ambigüedad burocrática nacida caprichosamente en el 75º aniversario de Los Cerrillos? Doblemente canarios, de Islas Canarias y de Canelones, ¿qué conservamos de lo heredado y en qué parámetros sociales se debate lo por venir? ¿Cuál es el resultado visible del inevitable relacionamiento campo-ciudad? ¿Cómo se baraja esta partida entre las viejas y las nuevas generaciones? ¿Dónde interactuamos? ¿Somos
abiertos, sociables, individualistas o corporativistas? ¿Por qué no se habla(ba) de esta identidad que nos libera o nos atrapa? Desde ese espejo procuramos descubrir nuestra imagen real.
Desde aquí se ve


APUNTES SECULARES

El resumen histórico es muy sencillo, si uno se fuera a quedar sólo en el resumen histórico: En 1607 la zona fue recorrida por Hernandarias, quien en carta a Felipe III mencionó la gran abundancia y fertilidad de esta tierra. En 1723 Pedro Gronardo se estableció para criar ganado. Una comisión presidida por Máximo Tajes formalizó el pueblo el 3 de agosto de 1896. En 1958 se denominó villa y en 1971 ciudad. Después vino el resto, es decir, el ahora, con una población duplicada en los últimos cincuenta años: 1221 habitantes en 1963 y 2508 en el censo de 2011, donde además se contabilizaron 992 viviendas. Y en el momento en que Los Cerrillos fue nominado ciudad contaba con apenas un millar y medio de pobladores, cuando el número mínimo exigido por una ley de 1946 es de 5000, aunque tampoco en esto se ponen de acuerdo los gobernantes, pero una diferencia de 3000 personas indica claramente que Los Cerrillos no puede considerarse ciudad sino villa. Aunque cuando los gobiernos se empeñan caprichosamente en dar como válido algo irreal generalmente se las arreglan para que los númeron calcen y listo. Y así fue que en 1971, fecha conmemorativa del 75º aniversario del pueblo, consideraron que quedaba bien ascenderlo al grado de ciudad y así lo hicieron, para lo cual no tomaron en cuenta la población de Los Cerrillos sino la de toda la tercera sección que Los Cerrillos integra. Ello no cambia nada en el devenir cotidiano, pero sí falsea la identidad global de una población, que es lo que en este caso nos interesa: no ser lo que nos dicen que somos desde hace cuarenta y pico de años. Pero más que ese dato, posiblemente la identidad conservadora y pueblerina de Los Cerrillos se vea más sacudida si se concreta lo que en algunas esferas del gobierno está sobre la mesa: la posibilidad de que la plantación y cosecha de marihuana se realice en el predio del Campo Militar. Más allá de todo eso, el habitante local no se diferencia sustantivamente de cualquier otro poblador de un pequeño centro habitado del interior del país, a excepción de que aquí estamos a 37 kilómetros de la capital uruguaya, lo cual abona una transculturización por demás evidente, ya que además muchos cerrillenses viajan diariamente a trabajar o a estudiar en Montevideo, del que hace más de un siglo también formamos parte. Pero además el hecho de que ya hayan transcurrido más de cien años desde su fundación y bastante más de medio siglo desde la llegada de los últimos inmigrantes redunda necesariamente en que los hábitos y las costumbres de la población hayan cambiado con respecto a los de entonces y que las pautas identitarias se hayan uruguayizado en una sana ensalada donde conviven las herencias europeas, los hábitos propios del ambiente rural y la regla innovadora de las nuevas generaciones que han nacido en los últimos treinta años al menos. Y como en toda civilización, el paso de la modernidad crea conflictos, que generalmente son disimulados por los pobladores de mayor edad, se esté o no de acuerdo con esos cambios. Ese equilibrio, consentido o forzado, hace que en Los Cerrillos se viva un clima de tranquilidad que muchas otras zonas pobladas del país envidiarían si lo conocieran. ¿Pero qué se hipoteca en pos de ese equilibrio? La identidad originaria cifrada en determinados valores que mañana posiblemente cambien de forma y ojalá no de contenido, con el riesgo implícito que todo cambio trae consigo, pero entendiendo que ningún cambio es evitable, que es sano y natural que sea inevitable, y que se deberá intentar gestionar las nuevas realidades en la mayor armonía posible, desde lo etario y lo cultural, para que el nuevo Cerrillos que estamos comenzando a habitar conserve lo mejor de sí y destierre algunos males que, por tradición o condescendencia, seguimos reivindicando como válidos. Hoy el hombre y la mujer de campo tienen acceso a muchos recursos de la urbanidad de los que hace cuarenta años carecía, y si ello mejora su calidad de vida será positivo que así siga ocurriendo porque es una forma de integrar culturas que en este sitio están por demás enlazadas, sumando a ello que difícilmente la gente de la zona urbana vuelva a poblar el campo para lograr ese encuentro. Y en tal equilibrio también juega un rol muy importante la integración generacional, en tanto desde las viejas raíces se gestan los más nuevos frutos.
 
Con el investigador en arqueología, Álvaro Pocecco

CIEN SIGLOS DE GENTE

Álvaro es multifacético y multioficio, por lo cual puede observar a Los Cerrillos desde distintas ópticas. Como autodidacta, idóneo en arqueología, ha trabajado en unos 300 kilómetros cuadrados de nuestro territorio rastreando señales físicas de nuestro pasado. Fruto de esas investigaciones atesora unas diez mil piezas indígenas de los primeros pobladores (período prehistórico, 2700 años atrás) de esta tercera sección habitada desde hace más de 10000 años (período paleoindio), donde los primeros habitantes de raza blanca comenzaron a instalarse en el siglo XVIII. En este diálogo Pocecco destaca como centros de reunión privilegiados los boliches que fueron desapareciendo, perdiéndose ese intercambio que años atrás era habitual y beneficioso para la villa y que hoy en cierto modo se mantiene apenas en la feria de los domingos. Observa que la población de Los Cerrillos está detenida en el tiempo, aunque considera positivo que así sea, a la vez que reconoce una pérdida de solidaridad en el relacionamiento diario y una natural resistencia a los cambios. El pasado histórico puede ser un hecho relevante pero no necesariamente determinante de una identidad, porque el paso del tiempo indefectiblemente va borrando o misturando esos datos de los ancestros en nuevas formas de interacción, y porque, como cuenta la canción, “si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia”, donde esa historia oficial posiblemente oculte los datos más valiosos de la historia real que nos habita y signa como habitantes de estos nuevos y dinámicos tiempos, que no son los mismos que nos contaron que ayer fueron.




—¿A qué época se remonta la existencia de los primeros pobladores de Los Cerrillos?
—La zona de Cerrillos tiene una prehistoria comprobada de 2700 años. Estamos hablando de un período prehispánico y de grupos indígenas que eran ceramistas y tallaban la piedra.
—¿Siempre cerámica utilitaria o también decorativa?
—Algunas cerámicas decoradas también se han encontrado. Había ceramistas pero también había cazadores, porque incluso se encontraron puntas de proyectiles por ejemplo. Y no hablamos del paleoindio (período precerámico), que eran los que estaban más atrás todavía, los primeros pobladores que hubo en el Uruguay, hace más de 10000 años. En el Río Santa Lucía han aparecido indicios del paleoindio, que eran grupos indígenas cazadores, recolectores y posiblemente también guerreros.
—¿Qué le siguió a la etapa indígena?
—Después viene la fundación de Montevideo, entre 1724 y 1730, y viene el reparto de tierras, que fueron las primeras estancias que se repartieron en los arroyos Pando, Canelón Grande y Canelón Chico. Y acá en Cerrillos, según palabras de un historiador, el primer poblador que hubo, aunque no en un arraigo permanente, fue Pedro Gronardo, que era un práctico del río De la Plata. Pedro Gronardo fue el primer hombre blanco que pobló una estancia en Canelones.
—¿En qué año?
—De 1730 en adelante. Existen documentos que señalan que esta zona ya se conocía con el nombre de Los Cerrillos, que el nombre le viene por esos pequeños cerros de piedra que hay en el parador Tajes. Y en 1772 se realiza un censo de población en la jurisdicción de Montevideo, ordenado por las autoridades de Buenos Aires.
—¿Que llegaba a incluir a Los Cerrillos? 
—Sí, porque Cerrillos pertenecía a la jurisdicción de Montevideo.
—¿Cuándo se desprendió de Montevideo?
—A comienzos del siglo XIX, en la época artiguista, donde quedó establecido el departamento de Canelones, pero antes esto era Montevideo.
—¿Qué hacía Gronardo en Los Cerrillos?
—Ganadería, y además hay alguna referencia de que él embarcaba cueros en el río Santa Lucía, para lo que es posible que utilizara la zona que hoy se conoce como parador Tajes, porque había una especie de puerto natural ahí. Después vinieron otros estancieros, y en 1772 se hace un censo en lo que era conocido como los pagos de Cerrillos, que era un poco más grande de lo que es la tercera sección ahora, y se contabilizan sesenta habitantes distribuidos en seis estancias.
—¿Había algún boliche como centro de reunión?
—No tengo el dato de pulperías en esa época, pero seguramente alguna habría. Era una población mayoritariamente integrada por hombres, donde había varios indios guaraníes, y era también una zona de tránsito, porque teníamos dos caminos importantes, uno que iba a Colonia y otro a Santa Lucía, que era usado por la gente de Santa Lucía para ir a Montevideo.
—¿Por qué tiene tanto santoral Canelones?
—Es probable que tenga la influencia de la Iglesia Católica. Cerrillos en sus orígenes fue conocido como San Miguel de Los Cerrillos, y donde estamos nosotros era Cerrillos al este. Va transcurriendo el siglo XIX y empiezan a aparecer los inmigrantes, muchos de Islas Canarias, hay un grado importante de descendientes canarios en Cerrillos, había también muchos santafecinos, vascofranceses, ingleses y de otros orígenes, pero en el siglo XIX se destacan los canarios.
—Ahí llegamos a la fundación de Los Cerrillos.
—Sí, se funda el pueblo en 1896, surge San Miguel como patrono de la zona y también surge la tradición de la procesión de San Miguel, que se ha cumplido de forma ininterrumpida desde 1899 hasta hoy.
—¿Cuándo empezó a tomar cuerpo Los Cerrillos ciudad?
—Como ciudad empezó ayer nomás, porque hasta hace pocos años se mantenía como un pueblo bastante chico, si bien la ley dice que es ciudad desde 1971.
—¿No fue designada ciudad caprichosamente? ¿Cumple con los requisitos para ser ciudad?
—A mí me parece que todavía le falta como para llegar a ciudad.
—Porque no le dan los números de población.
—No, pero cuando se promulgó la ley se tomaron en cuenta los datos de la tercera sección y no del pueblo, que andaba en unos 8500 habitantes, y más o menos se ha mantenido en esa cifra. Ahí salió la ley de Los Cerrillos ciudad, cuando era menos de la mitad de lo que es ahora. Recién de unos años a esta parte ha tomado un impulso comercial que se ha destacado mucho, ha mejorado muchísimo en iluminación, prácticamente se ha duplicado la planta urbana, la población ha aumentado muchísimo, creo que ahora debe andar entre 2500 y 3000. Y después de la fundación el pueblo fue progresando muy lentamente, muy de a poco se fueron construyendo casas en la calle principal, después se empezó a edificar en las manzanas del casco antiguo, luego hubieron otros fraccionamientos, a principios de los ochenta aparece el primer supermercado, pero siempre mantuvo esa característica pueblerina.
—Una característica que debería incluir bares poblados de parroquianos, que ahora casi no se ven. ¿Coincidís en que eso se fue perdiendo?
—Sí, que ese ambiente pueblerino se ha ido disipando muy lentamente, ese ambiente donde se mezclaba el boliche con el almacén, y si bien estaba en el pueblo era un ambiente rural porque venían los paisanos de Paso del Bote y demás.
—O sea que la gente empezó a dejar de ir al boliche como centro de reunión y a vivir más puertas adentro.
—Sí, empezó a cambiar, empezaron a desaparecer los boliches muy lentamente, y ahí es cuando la cultura de los pueblos se empieza a fragmentar, a modificar, o a evolucionar de repente, porque a partir de eso vienen otras cosas.
—¿Qué características del cerríllense destacarías como definitorias de su identidad?    —Cerrillos ahora está como en una especie de oasis donde muchos vicios y cosas no muy lindas que suceden en Montevideo acá todavía no están sucediendo. Cerrillos conserva mucha cosa de antes, todavía hay cierto ambiente pueblerino, con gente de campo o gente que tiene una cultura de campo pero que vive en el pueblo, un pueblo todavía sano, tranquilo, que podés salir de tu casa y dejar la puerta abierta…
—¿Todo ello lo personifica como un pueblo conservador?
—Sí, en algunos aspectos puede ser, habría que ver en qué somos conservadores.
—¿Además de conservador, reaccionario?
—No, lo veo más como un pueblo de gente más tranquila. La única vez que vi algo así, medio fuerte, fue cuando se cortó la calle con quema de cubiertas para el reclamo por las casas de MEVIR, y que fue como un despertar, como algo raro, porque eso nunca había pasado. Pero la gente de acá es más tranquila, si hay problemas como que acá tomamos más con calma las cosas, a diferencia de otras poblaciones cercanas donde de repente la gente se enfervoriza más por otras cosas, y acá como que somos más pasivos, más tranquilos.
—¿Hay resistencia a los cambios?
—Puede ser que los cambios lleguen como más lento acá.
—¿En la juventud también?
—No sabría decirte.
—¿Pero qué ves?
—Yo creo que somos como muy cerrados todavía.
—¿La juventud sigue manteniendo los parámetros de sus mayores?
—Puede ser, sí. Alguien decía hace muchos años que Cerrillos había formado como un bolsón impuesto por el río Santa Lucía y como que acá se mantuvieron las tradiciones que pasaron de abuelos a hijos, a nietos, que quedó como todo más lento, como detenidos en el tiempo.
—¿Creés que eso es bueno para la dinámica de un pueblo?
—No sé, de repente en algunos aspectos puede ser bueno para mantener algunas características de nuestra cultura, de nuestras tradiciones, de nuestros valores, mientras que hay otras cosas que de repente son malas y están pasando y habría que modificarlas.
—¿El hecho de mantenerse tan aferrado a las tradiciones no tranca el piñón de los cambios? 
—Puede ser. Yo creo que es bueno evolucionar pero evolucionar para bien, cambiar para bien, pero yo prefiero seguir viendo al Cerrillos de hoy, con la forma de ser que tenemos hoy, y no parecernos más a los cinturones de Montevideo, más conflictivos, con problemas de diversa índole, con conflictos entre vecinos, conflictos con la autoridad, pérdida de valores.
—¿Ese hecho de que no exista más el boliche donde la gente se juntaba, u otras circunstancias similares, no llevó a la gente a ser más individualista y menos solidaria? 
—Sí, también, puede ser que la gente esté un poco más encerrada en sí misma, que no haya tanta solidaridad.
—O sea que en ese sentido empeoró.
—Han cambiado algunas cosas, creo que la gente de antes era un poco más solidaria.
—¿La convivencia, el intercambio social, por dónde pasa hoy?
—Por la feria de los domingos por ejemplo, que junta a la gente rural y la del pueblo y se genera una interacción.
—Sería como un pulmón social.
—Sí, creo que el pueblo ha crecido mucho con la feria porque genera un lugar de intercambio de ideas, donde conversan, hablan del cultivo, de la viña; la gente se junta y eso está bueno.
—Pero eso ocurre solamente una vez cada siete días.
—Sí, de repente estaría bueno que hubiera algún otro punto de encuentro donde la gente pudiera interactuar.
—Si todo fuera posible y tuvieras la posibilidad de cambiarle algo a Los Cerrillos, ¿qué le cambiarías?
—Yo a la gente la acepto como es, con sus cosas malas y sus cosas buenas. Yo creo que no le cambiaría nada, yo lo dejaría así.
—O sea que tu Cerrillos ideal es este.
—No sé si es el ideal.
—¿Cuál sería el ideal?
—No sé, me gustaría de repente un pueblo con gente más solidaria en algunas cosas; en algunos aspectos más limpia, que no tire tantas bolsas de nylon en la calle, tantas botellas, tanta basura; que no salga a los caminos rurales a ensuciarlos; y creo que esa es una faceta importante que en Los Cerrillos se podría mejorar. Si yo pensara en Los Cerrillos ideal pensaría en un pueblo más limpio, mejor presentado. Eso por el lado de la población en general. Y por el lado de las autoridades me gustaría… Yo a veces sueño y siento que salgo de mi casa y agarro la calle principal y es un billar, y sueño que las veredas están arboladas de repente con palmeras o con otros árboles, y que las casas tienen número de puerta, que en las esquinas de las calles hay carteles para saber los nombres de las calles; una calle principal nueva con veredas lindas; una feria rebosante de gente, el triple de lo que es ahora, con todos los productores de la zona comercializando sus productos, con el artesano ofreciendo su trabajo; un pueblo en movimiento que cuida el ambiente, con gurises sanos. Pero a veces uno tampoco puede quedarse en la tribuna mirando y tiene que colaborar.
 
Con el profesor Miguel Pérez Estévez

LOS CERRILLOS, CIUDAD-PUEBLO

Profesor, escritor, historiador, corresponsal del diario Hoy Canelones y de radio Cristal de Las Piedras, miembro de la Asociación Histórica de Los Cerrillos y de otras instituciones, Miguel Pérez nos ubica en una ciudad-pueblo, como él lo llama, de gente solidaria pero recelosa, que no ofrece su confianza o apoyo a nadie si antes no lo estudia minuciosamente. Ese parece ser el único poder dominante en la villa, que -afirma- no posee una logia masónica activa, aunque no podemos descartar su existencia no pública, como tampoco agrupaciones rotarias ni leonísticas, pero sí reconoce el accionar de “personas influyentes”, sin más datos al respecto, ni de su identidad ni de su alcance. Nos habla también de un aspecto cortoplacista de esa identidad, donde los habitantes se nuclean para actividades puntuales pero que no demanden un largo aliento, motivo por el cual esas instituciones, como las comisiones de fomento, se ven acotadas a muy pocas personas de edad bastante avanzada o sencillamente desaparecen por falta de respaldo. Una población que expresa su repentismo al son de un estilo musical que no demande mayor esfuerzo.




—¿Qué características del cerrillense destacaría como más notorias?
—Los habitantes de estas tierras son hombres y mujeres descendientes en su mayor parte de canarios de las Islas Canarias. Es un tipo abierto, hospitalario, sencillo. Tal vez una comunidad chica tenga esos recelos, esas situaciones que se dan de forma personal, pero ese acuerdo de vecinos que trajo la fundación de pueblo, esa inquietud que nació en 1896 y que se concretó andando el tiempo, ha quedado. Y hacia 1875 entra la gran inmigración italiana. Hay alemanes pero son minoría. Belgas hay también acá, y vascofranceses desde luego. Antes de la fundación de pueblo había seis escuelas rurales funcionando acá. Eso habla muy bien de los vecinos. Eran 3000 aproximadamente en lo que es la tercera sección. La escuela más antigua de la sección, que es de las primeras del departamento, es la escuela número 7 de Paso del Bote que está a siete kilómetros de acá, en Los Cerrillos al oeste. Después surgieron otras, todas escuelas con más asistencia de niñas que de varones.
—Porque los gurises tenían que trabajar en el campo.
—Seguro. Después la escuela 123 de tiempo completo se fundó el 31 de agosto de 1884, antes de la fundación del pueblo.
—Un historiador como usted de repente se encuentra con un historiador húngaro que le pregunta cómo es su pueblo. ¿Usted qué le diría?
—Nosotros tenemos un paisaje realmente pintoresco y una población amable, acogedora. Pasa en todos los pueblos, aunque tenga cantidad de defectos el pueblo usted ataca… Yo voy a San Antonio y hablo mal de San Antonio, sabe cómo me saca la gente de San Antonio a mí, y tiene razón, me echa porque yo estoy atacando a San Antonio. Acá pasa eso también.
—Hay un orgullo.
—Sí, hay una identidad en el sentido de que somos cerrillenses, tenemos determinadas costumbres, personajes. Acá había serenatas, siguió habiendo serenatas por largo tiempo, uno de los fundadores del pueblo, Juan Lucián, fue el primer serenatero en 1896.
—¿Hasta cuándo?
—Las serenatas las retomó otra gente después, hasta el año 1992 más o menos.         —¿Dónde cantaban, en qué circunstancias?
—Salían a cantar en Navidad, en Año Nuevo. Pero otra característica para llamar la atención por ejemplo ante la necesidad de obras municipales o del gobierno nacional era la de inventar fiestas. Se festejó el cincuentenario en 1946, pero después se inventó una fiesta de los setenta años porque si armaban un programa de festejos los ediles, el concejo departamental o el intendente se iban a interesar y entonces iban a hacer obras, nos iban a arreglar las calles, a poner más luz, y así pasó.
—Así que ante una necesidad armaban una fiesta.
—Se armaba una fiesta. Después se festejaron los 75 años, los 90 años… porque teníamos que inventar esos festejos para que hicieran algo, porque han hecho muy poca cosa acá. Andábamos mal de transporte en ese momento, y se mejoró el transporte gracias a que se inventó la fiesta de los 90 años, y vino a sesionar por primera vez en la historia la Junta Departamental de Canelones. ¿Usted cree que si no hubiese sido por esa fiesta habría venido?
—¿No se puede inventar alguna fiesta ahora que están mal las calles y que la policlínica atiende a tiempo parcial?
—Sí, sí, hay sensibilidad y se han formado comisiones. Acá hay una comisión de usuarios de salud pública y privada por el tema de la puerta única. La plaza de deportes, que es de 1959, antes era lamentable, los muros y los portones saludaban a la ruta, se inclinaban, hacían una reverencia, todo abandonado, despintado. Al final hubo una intervención, fue sensible el Ministerio de Deporte y Turismo y se puso el tejido perimetral.
—¿Por qué se vino abajo?
—Se vino abajo porque no tenía comisión de apoyo. Porque otra de las características de la gente de acá, que en este caso sería negativa, es que un poquito se deja estar. Acá la gente toma un empuje grande, saca adelante un proyecto y después lo deja funcionando solo. Por ejemplo, instituciones de servicio hubo dos, los leones y los rotarios, que hicieron su obra también, pero desaparecieron las dos, los hijos de esa gente no siguieron. Y la gente de Rotaract, que era la rama juvenil del Rotary, era activa, trabajaba, hacía el famoso baile de la nostalgia durante varios años, y con el dinero que sacaban compraban y donaban juegos para las escuelas rurales o aparatos de audio para la escuela urbana o el jardín, lo que fuere.
—¿Cuántos años hace que no hay rotarios ni leones? 
—Desde 1999 más o menos.
—Así que no están esas instituciones públicas, pero ¿hay grupos de poder oculto en Los Cerrillos?
—Yo no diría grupos ocultos, hay personas influyentes.
—¿Masonería tampoco?
—No, no. Los vecinos que quieren sacar adelante un proyecto, si el proyecto es bueno y favorable para la gente lo pueden sacar. Pero masones, eso acá no.
—Porque me han dicho que existe algún grupo intocable que se maneja en las sombras. 
—No, yo no lo veo así. Lo que sí la gente siempre estudia antes cómo funciona la persona.
—¿Quién la estudia?
—La gente común del pueblo.
—¿Con qué fin?
—Cómo funciona para apoyarlo. Le voy a poner un ejemplo. Yo integro la comisión de apoyo a MEVIR. En el año 2006 aparece MEVIR. El primer plan de viviendas rurales se inauguró en el pueblo paradojalmente, entonces se convocaba a los vecinos, y el arquitecto me dice que a ellos les llamaba la atención que había gente que se presentaba y les decía que no se habían enterado del llamado, cuando estaban promoviendo los llamados con mucha anticipación. Y yo le expliqué que lo que pasaba es que acá los han engañado tantas veces que no creen. Entonces cuando ven que el vecino de ellos se está haciendo la casa y tiene la misma condición que él le preguntan cómo hizo y recién después terminan haciendo lo mismo que él. Estaban observando cómo estaba funcionando ese plan y después se integran al plan, lo estaban estudiando. Es como lo que se llama resabiado. Entonces cuando se da cuenta apoya.
—¿Así es para todo?
—En muchas cosas.
—¿También ocurre eso con las comisiones de apoyo?
—Sí, a lo largo del tiempo se han formado comisiones de fomento que trabajan muy activas, con mucho vigor, pero después se quedan, porque cumplen un objetivo y listo. En este momento si usted me pregunta si hay comisiones de fomento acá, no. Debería haber. Comisiones de las instituciones sí. ¿Por qué razón no hay una coordinadora de instituciones locales, que podría tener un delegado de la Criolla, del Club San Miguel, del Club Atlético Cerrillos, del baby fútbol, del liceo, de la comisión de fomento de la escuela?
—¿Cuál es el promedio de edad de esa gente?
—Son gente de 50 años aproximadamente, 45 a 50 años.
—El hecho de que el cerríllense sea resabiado, como usted dice, ¿es una característica heredada o adquirida?
—Más bien es adquirida, porque el paso de la experiencia les va indicando eso.
—¿No le parece erróneo que Los Cerrillos esté nominado como ciudad cuando su número de población está bastante lejana a esa nominación?
—Por eso yo inventé el término ciudad pueblo, que me lo reprocharon en el comité de festejos también, pero es las dos cosas. Es ciudad porque la ley dice que es ciudad, porque en 1971 cumplía 75 años. Pero como población no se podía tomar para ser ciudad, con algo más de mil habitantes, y es pueblo porque tiene las costumbres propias de un pueblo.
—¿Cambió algo en la gente cuando se lo nombró ciudad?
—No, ni orgullo ninguno, orgullo de ser cerríllense sí. El cerríllense reconoce que tenemos que hacer méritos para llegar a ciudad. Ese es un rasgo de humildad que hay.
—¿La juventud sigue respondiendo a todas estas tradiciones o quiere otra cosa?
—Acá los jóvenes… Por ejemplo acá han traído grupos de rock y tienen su público, pero usted trae cumbia por ejemplo y la cumbia pega mucho más, y el folklore de Los Orilleros por ejemplo, y usted trae un Pepe Guerra a la Criolla y se llena. Es decir que el rock es como que rebota.
—Están sobre todo para la cumbia y la raíz folklórica.
—La raíz folklórica está, evidentemente existe eso.
—¿Y lo desconocido? ¿Por ejemplo si viene un excelente músico pero que nadie conoce, la gente va?
—No, no, lo estudia, si está sonando por ahí… Por ejemplo hicieron un espectáculo con Mandrake Wolf en el Forest Bar, ahora si usted lo lleva a la Criolla no sé hasta qué punto..., no es conocido, no es que sea malo el artista, es que no tiene el peso que tiene el folklore acá.
—¿Eso quiere decir que hay una especie de divorcio entre campo y ciudad o entre adultos y jóvenes?
—Yo no diría divorcio. Los jóvenes siguen su vida con costumbres que han adquirido de los tiempos modernos, por ejemplo eso de las uniones que hacen.
—¿Las tribus urbanas?
—No, no, que se van a vivir juntos y ver cómo funciona la cosa, y los padres lo admiten.    —Las uniones de pareja. ¿Se las ve mal todavía?
—Ahora ya no, se las acepta. Pero hasta hace unos años eso no se daba, no existía, y hoy aparece como algo natural.
—¿Qué influencia tiene la iglesia en la población?
—Tiene influencia. Por ejemplo el gimnasio del Club San Miguel..., es como un club parroquial el San Miguel, aunque con el ingreso abierto para cualquiera. Pero en cambio hay cantidad de gente que bautiza a los hijos y sin embargo no practican. Será una tradición, una costumbre, pero lo hacen.
Con la psicóloga y funcionaria del SIRPA/INAU Yeny Rodríguez 
VÍNCULOS

Nació y vive en Los Cerrillos. Prefiere autodefinirse analista y como tal atiende en su consultorio particular aunque también trabaja con jóvenes infractores en el Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente (SIRPA), organismo dependiente del INAU. Considera que nos encontramos en un proceso de construcción de la identidad, con tres elementos referenciales: la tradición, el departamento y la capital del país, los que parecieran convivir en conflicto, al igual que el vínculo entre los jóvenes urbanos y la gente del campo, o lo que es lo mismo decir entre quienes defienden el tradicionalismo y quienes apuestan a nuevas formas de vida. A diferencia de otras opiniones, Yeny entiende que existen nuevos sitios de intercambio, más allá de la clase social o la edad, en algunos sitios públicos compartidos como las plazas o los clubes. Reitera también el concepto de que somos conservadores e individualistas y, lo peor, nuestra tendencia a estigmatizar algunas actitudes frecuentes de los demás. Si una foto fuera una característica identitaria Rodríguez carecería de esa señal de su identidad, pero como no lo es simplemente nos la queda debiendo.


—¿Cómo definirías la identidad de un grupo humano?
—Identidad es un término súper amplio. Identidad puede referir simplemente a la adscripción a determinado grupo, a determinada comunidad, a formar parte. Y otra cosa es la identidad por conciencia, ser consciente de por qué sos parte, ser consciente de la historia del lugar, ser consciente de tu propia historia.
—¿Se es consciente acá?
—Pienso que se está trabajando en eso.
—¿Quién está trabajando?
—Todos estamos trabajando en eso. El pueblo está trabajando en eso a medida que participa en determinadas actividades, a medida que se va acercando a determinados lugares, a medida que va sosteniendo determinados proyectos que son novedosos, por ejemplo el tema de darle lugar al juego. Cuando uno ingresa a Los Cerrillos hay un cartel que dice algo de eso, “estamos jugando”, “ciudad de los niños”; se está abriendo paso a cosas que antes estaban como acalladas.                     
—¿O sea que se va arribando a la identidad a través de lo lúdico?
—De lo lúdico, de espacios que promueven la participación y otro tipo de encuentros. Por ejemplo espacios verdes que estaban inutilizados, que eran depósito de basura, y con dos o tres palos rústicos y unos banquitos de hormigón ves a la gente que se reúne por la tarde y juega un rato con sus hijos, que se integra, que conversa con el vecino que no tuvo tiempo de conversar en la semana porque su vida cotidiana transcurre a un ritmo importante.
—¿Qué parte de la población habita esos espacios?
—Hay mucha participación juvenil e infantil. Y las instituciones educativas están como más abiertas a incorporar ese trabajo.    
—¿Esos centros de reunión van cambiando la identidad del pueblo?
—A mí me parece que sí.    
—¿De qué identidad venimos para cambiarla?
—En el fondo somos muy conservadores, porque esto de dar lugar a lo diferente, a lo nuevo, a escuchar nuevas voces, nos cuesta a todos. Es inherente al ser humano la resistencia a los cambios, y más estos cambios que de repente suceden más en Montevideo de una manera acelerada y se producen cosas que a veces no están tan buenas.
—¿Como cuáles?
—Todo el tema de los vínculos, de cómo nos vinculamos con la gente, esa lógica de desconocimiento del otro, del vecino que tenemos al lado.            
—¿Ese individualismo no existe ya de antes?
—El individualismo está a nivel de todos lados porque estamos pensando en esta lógica de mercado, pero acá se va a otro ritmo de vida y todavía transcurren nuestra vida y nuestros vínculos bastante diferente a lo que nos encontramos en Montevideo, y tendemos a conservar todo ese tipo de cosas, lo cual no está mal.    
—¿En todas las edades se tiende a conservar?
—Sí, pienso que sí.
—Me hablás sobre todo de una nueva forma de vida creada a partir de los niños o de quienes tengan relación con los niños. ¿La tercera edad dónde se mueve?
—Organizándose en torno a actividades que organiza la Casa de la Cultura, AJUPENCE, se hacen bailes espectaculares, disfruta la gente, hay dos coros de adultos mayores que viajan por diferentes lugares, hay gente ya conocida que se organiza en excursiones, grupos de conocidos que se organizan para el disfrute. Eso también hay que visualizarlo y valorarlo. —¿Eso no crea también guetos? El gueto de los niños jugando en la plaza, el gueto de los adultos mayores cantando en el coro, el gueto de los peones rurales trabajando en el campo, el gueto de los funcionarios públicos trabajando en la ciudad...
—No, yo no lo entiendo así. Explicame un poco mejor a qué vas.    
—Vos hablabas de centros de reunión, ¿el adulto mayor se junta exclusivamente con el adulto mayor por ejemplo?    
—No, no. Ayer voy, camino dos cuadras, llego a la plaza y encuentro el San Miguel repleto de gente, de niños compartiendo una merienda con sus padres, con sus vecinos, otros vecinos haciendo tortas fritas, era un intercambio y un nivel de encuentro espectacular, que yo hacía mucho tiempo no lo veía, no sé si porque no había antes o porque yo no me había fijado. Hay un componente humano desde el cual se puede trabajar y crear buenas cosas, cosas novedosas que aporten al pueblo, a conservar la tradición pero también a producir desde la originalidad.    
—¿Toda esa gente procura preservar una identidad cerríllense al margen de toda influencia externa?        
—No, no es como que hay que encerrarnos y conservar eso que hay acá. Me parece que constantemente estamos estableciendo nexos con Montevideo y con otras zonas que viven a otro ritmo y donde la construcción de identidad pasa por otro tipo de cosas, aunque sí es cierto que hay una tendencia natural a querer preservar las cosas que forman parte de la tradición de acá.    
—¿Como cuáles?
—Ese tipo de intercambio, de vínculo solidario con el vecino, que si le falta una herramienta “sí, yo te la presto, te la puedo prestar”, estar más o menos al tanto de lo que le pasa a uno o a otro para poder ayudar, diferentes cosas, esto del asado, de la reunión familiar, de colaborar con un club de baby fútbol para que los chiquilines puedan desarrollar actividades deportivas, colaborar cuando hay alguna complicación con algún vecino de Cerrillos…
—¿Ese conservadurismo que citabas en qué se expresa?
—En conservar la tradición de los vínculos, de esta visión del gaucho, de que la gente no deje el campo y se centre todo en la ciudad. Conservadurismo a diferentes niveles.
—¿La tradición y los valores tienen algún punto en común?
—Sí, pienso que sí.
—¿Valores que apuntalen una tradición o una tradición que apuntale esos valores?
—Algo que se genere en lo inmanente de la vinculación con la tradición y los valores. Ahora los medios dicen que estamos todos en una época de crisis de valores, estamos todos en crisis, esa es la lógica de hoy. Yo no sé si es tal. Estamos en crisis en tanto lo nuevo, la otredad, se pone… se actualizan los vínculos en las prácticas cotidianas y no sabemos muy bien para dónde agarrar con todo eso que se está generando. Siempre ha habido esa tendencia como a aplastar lo novedoso. Y lo tradicional busca la permanencia de algunas cosas y de asegurar que no cambien.
—¿Es decir que ese cambio que se intenta gestar por un lado la tradición lo frena?
—No sé si lo frena, pero cuesta que convivan.
—¿Qué grupos sociales o etarios chocarían ahí?
—De repente cuesta el diálogo entre los más jóvenes y la gente de campo.                —¿Cuáles son las problemáticas más frecuentes que te plantean tus pacientes de Los Cerrillos en el consultorio?    
—Esto de la fragilidad identitaria se pone en juego. Pasa mucho el “mi hijo el que no puede”, “mi hijo el que no sabe”, no sabemos entender al otro en otras facetas que nosotros de repente ni tenemos conocimiento y simplemente nos dejamos llevar por la nota y por calificaciones que ponen otros.
—Ahí aparece un conflicto generacional cierto.
—Es que ya están criados desde chicos para pensar en esa forma restrictiva del otro y desde la falta y la carencia, no a verlo desde lo potencial.
—Entonces mucha gente se sigue manejando con cabeza ajena para pensar su vida.
—Sí, puede ser un poco por ahí la cosa.
—¿La feria es un centro de reunión importante?
—Sí, es un buen espacio de intercambio con el otro y un buen lugar donde uno puede mostrar su producción personal y colectiva y lo que tenés para ofrecerle al otro. Y además todo lo que genera, porque ya no es simplemente esa práctica descarnada de ir y comprar algo que a mí me hace falta. Uno va, se encuentra, se toma su tiempo para charlar con el vecino que no ve hace no sé cuánto tiempo, te cruzás con el familiar que hace no sé cuánto tiempo no te lo encontrás. Es un espacio que le hace muy bien a Cerrillos, y que tiene que seguir progresando y ampliándose.     
—¿Qué cambios has ido notando en el pueblo a lo largo de tu vida?
—Yo lo veo un Cerrillos más integrado, más participativo. Cuesta, no nos vamos a mentir, pero cada vez somos más los que estamos trabajando en esto de una cuestión más crítica de las prácticas cotidianas. No son porque son, no sucede lo que sucede porque sucede, y la apertura de nuevos espacios, microespacios que generan otros macroespacios para pensar, para hacer, para producir.
—¿El Cabildo Joven puede llegar a ser un mojón que tienda al cambio dentro de Los Cerrillos?
—Pienso que sí, que es un espacio más, es un espacio interesante para potenciar quizás todas estas cosas de las que te vengo hablando, y que tampoco es restrictivo en cuanto a la edad, porque la juventud pasa por otro lado. Y el Cabildo ha tenido muchas instancias de intercambio con el coro, con AJUPENCE, con los de baby fútbol, ha estado un poco en todos los lugares. Igualmente el vínculo y el intercambio cuestan mucho, y la autoorganización y la autogestión también cuestan.
—¿Identificás algún hecho que genere rechazo por parte de la sociedad?
—Para etiquetar estamos todos. Estamos acostumbrados a eso también, a etiquetar, a etiquetar la delincuencia, a etiquetar al drogadicto, y poco a problematizar. De eso no estamos libres ninguno.
—Ese rotulismo también tranca la evolución.
—Tranca en la medida que nosotros nos dejamos trancar.
—¿Hay algún tipo de marginalidad en el pueblo?
—Pensar, generarte un espacio para pensar y pensarte.

Escribe: Gabriel Gatti (sociólogo) 
ACERCA DE LA IDENTIDAD COLECTIVA

Mi amigo Gabriel es profesor de sociología en la Universidad del País Vasco, coordinador del Centro de Estudios sobre la Identidad Colectiva y corresponsable del Comité de Investigación Nº1 en Francia. Nació en Montevideo pero en 1976 se exilió con su familia en Europa. A su padre, Gerardo Gatti, lo desaparecieron ese año, a su hermana Adriana la asesinaron en 1977, a los 17 años, y su primo Simón fue recuperado en 2002. Desde hace poco más de un año venimos trabajando, junto a dieciocho profesionales europeos, en el tema víctimas en España, sobre el cual entre otras cosas se editará un libro. Le pedí una colaboración para la revista -que la recibe por internet- y me envió un trabajo de veinte carillas sobre identidad, razón por la cual le consulté y estamos publicando hoy un resumen de esa extensa monografía.




El texto busca regresar sobre la idea de identidad para hacerle una crítica, más que constructiva deconstructiva y proponer no tanto alternativas que puedan hacerse paso por las estrecheces teóricas del término, y si cabe reemplazarlo, sino un diagnóstico que puede resumirse así: que de tan estrecho el concepto de identidad convencional, moderno y sociológico no sirve para entender las identidades contemporáneas. 

Los límites de la identidad. Una porquería necesaria.

La identidad está repleta de trampas y salvaguardas, de parapetos que la preservan de la duda, mismos salvaguardas y parapetos que los que protegen nuestras convicciones como científicos sociales. Esas convicciones y esas salvaguardas constituyen enormes lastres de los que parecería que no nos es posible librarnos. Estos lastres, pesados sí, dificultan enormemente la reflexión sobre la identidad, que aún al día de hoy continúa encerrada en la mística de lo Semper idem (siempre lo mismo), por mucho que esa mística se suavice con imágenes políticamente correctas pero intelectualmente tramposas: “multiculturalismo”, “interculturalismo”… Todos estos son datos que mortifican el trabajo del científico social cuando piensa en la identidad y le impiden librarse de las deudas que proceden de las viejas herencias, esas que nos conducen a pensar en la identidad como algo que remite como por necesidad a lo sólido, lo firme, lo recortado, lo estable. Si lo que digo es cierto más valdría cerrar aquí el texto, abandonar de una vez por todas el concepto por peligroso y sobre todo por inútil, pues nada describe de un mundo, el contemporáneo, sin nada que se lleve bien con esos adjetivos. Y sin embargo no es del todo así, pues la idea de identidad, ficticia o no, tramposa o no, lastrada por enormes pesos como está, sirve pues en ella, por ella, se vive. Será una porquería, pero es una porquería necesaria. No se trata entonces de pensar la identidad como puro signo dispuesto a ser deconstruido por las hábiles herramientas del sagaz intelectual. Lo es, sí; pero crea realidad. Merece pues la idea de identidad que se le de una nueva oportunidad, que se la repiense, aún sea para recomenzar la rueda de la crítica y proponer para ella usos más ajustados a la realidad empírica de las identidades contemporáneas. Démosela entonces; critiquemos de nuevos los viejos usos de la identidad, esos que me llevarán a decir que ya no hay identidades fuertes y que ya no sirven en consecuencia las propuestas ancladas en los imaginarios propios de esas identidades fuertes, y propongamos usos nuevos, lo que me conducirá a concluir sugiriendo un adjetivo nuevo para pensar la identidad, las formas de entender lo colectivo y la pertenencia en las sociedades contemporáneas, adecuado porque de un lado entiende la identidad como un régimen de la acción y no como un régimen del ser; adecuado luego porque sabe que la identidad no se puede ya pensar más que como una representación que se habita. Primero: La reclusión del pensamiento moderno en general en un modelo acerca de lo que es identidad, que excluye de su horizonte de posibilidad toda forma de ella que no sea la que responda afirmativamente a un interrogatorio que las inquiera sobre si tienen nombre, historia y territorio propios. Segundo: La naturalización de ese modelo a un grado de esencialización tal que hoy entendemos que o se tiene identidad de esa manera o directamente no se tiene y la asociación de ese modelo con dos figuras también naturalizadas en nuestro imaginario, el estado-nación y el individuo-ciudadano. Tercero: La multiplicación de formas de entender la pertenencia que se alejan radicalmente de la arquitectura del nombre, territorio e historia que caracterizó a las identidades modernas y que rompen de modo abrupto con las esencializaciones que se derivaron de esa arquitectura, formas de entender la pertenencia que nos obligan a reelaborar nuestros modelos para entender la identidad. Es más: que nos obligan a pensar en la identidad sin caer nuevamente en la tentación de encerrarla en un modelo. Con los modelos para pensar la realidad ha sucedido lo que a los turistas con  las cámaras para ver bellezas arquitectónicas: que el instrumento para ver sustituye al objeto. El problema comienza cuando el modelo para ver nubla la vista de quien mira y subsume bajo lo que él le dicta todo lo que observa. Tal es la consecuencia no deseada del uso de modelos: el modelo se transforma en el filtro que media nuestra relación con el mundo y todo lo que no pasa por él simplemente consideramos que no es.

El poderoso atractivo de las cosas con nombre, territorio e historia.

Buscando deconstruir cuál ha sido la cámara de fotos que en ciencias sociales utilizamos para enfocar la identidad, algunos han pensado que aquella que registre de los objetos sólo cuatro criterios: la pureza, el orden, la coherencia y la homogeneidad. Otros indican que lo que las ciencias sociales ven es sólo lo que tiene identidad, garantiza relaciones estables y asegura continuidad. Algunos entienden que lo que fascina a la ciencia social es lo manejable y duradero. Cualquiera de esas hipótesis sirve. Inspirándome  en  ellas, entiendo que la melodía ideal de las ciencias sociales cuando se acerca a la identidad requiere que ésta posea tres rasgos: un nombre propio; ser propietaria de una historia singular y poder decirse dueña de un territorio diferenciado. Los nombres (jóvenes, hombres, mujeres, etc.) son útiles para instituir centros de referencia, lugares que orienten la identidad de una sociedad y conservorios de las claves que la constituyen. Sirven para afirmar la identidad de lo nombrado; para determinar los rasgos por los que esa identidad se objetiviza como diferencia natural; pero eso no quiere decir que sin nombre no se sea, no se tenga identidad. En cuanto a las propiedades del tiempo y del espacio se leen como historia y como territorio tiempos serios, rígidos, lineales. El pasado se lee desde las identidades construidas en el presente, interpretándose que ese pasado constituye una manifestación primigenia de nuestras pertenencias actuales, una muestra de lo que hoy somos, de la cosa que entonces ya éramos. Tanto que le otorgamos los mismos nombres, territorio e historia con el que hoy designamos nuestra identidad.    

Lo que se escapa del modelo. Las identidades débiles. 

La figura de las identidades débiles quiere servir para captar el régimen de identidad de esas posiciones que escapan de las ficciones de la esencia, la unidad, la estabilidad o la duración, que escapan de la ficción del nombre, territorio e historia únicos y estables. No hay cámara de fotos que los registre. La identidad no remite a un ser; remite a un lugar donde la identidad se hace y se vive, en las representaciones de la identidad. La identidad como un espacio donde introducirse, donde estar. No son sin embargo un tipo de identidad que sustituya a las viejas identidades. Al contrario: requieren de ellas, pues se aprovechan de su inmenso poder, de la contundencia de sus propiedades, de la solidez de su nombre, de su territorio y de su historia. Se esconden en ellos para existir.




VACAS GO HOME: Están mugiendo menos porque están comiendo más, lo cual quiere decir que cuando más mugían casi no les daban de comer, pero ninguna protectora de animales se preocupó por eso, claro. Ahora comen. Pero el hecho de que coman más también hace que defequen más. Y el olor a bosta y a ración podrida, y la contaminación que corre hacia algún curso de agua, y la invasión inédita de cientos de moscas en pleno mayo vuelven insostenible la vida en las cercanías del campo-negocio del precandidato a diputado. ¿Qué más se puede hacer cuando desde Desarrollo Productivo de la IMC no se dignan responder?, ¿cuando el director departamental de Salud Pública nos dice que el tema no le compete?, ¿cuando nadie les da bola a los reclamos de la gente? Seguramente los que deciden están respirando mucho más limpio.
DE BOCA ABIERTA: Nos contaron que las bocas de venta de droga ilegal siguen aumentando, lo cual debería alertar al menos la calma pueblerina. El consumo de drogas no está penado, y está bien que no lo esté porque ello forma parte de nuestro libre albedrío, pero quien consume compra y quien compra es porque alguien le vende, al menos hasta que desde el gobierno comience el suministro de alguna droga menor. Pero el problema fundamental es la ruta que toma la droga para poder venderse a espaldas de lo hoy permitido: el vendedor que le compra a un narcotraficante y que a su vez debe procurarse cierta protección para poder vender, ante lo cual siempre ha sido de uso cobijarse al amparo de alguna policía que no resulte difícilmente coimeable, con lo cual se desdibuja la figura de autoridad, cambia de rol, y a partir de ahí andá a hablarle de valores y de ética al Pato Celeste. Se cuenta de cocaína (más cara) para señores adinerados de la alta sociedad y se habla de marihuana (más barata) para quienes cuentan con menos recursos, entre ellos por tanto mayoritariamente jóvenes. Y cuando se habilite la maconia oficial las farmacias que no lo quieran no estarán obligadas a venderla, por lo cual difícilmente en Los Cerrillos se pueda realizar esa compra luego de todos los datos personales que hay que dejar sentados en el correo para poder consumirla. ¿Qué opina el cerrillense de todos estos peligrosos (el de la venta ilegal, digo) cambios de hábitos? ¿Opina?
POLICLÍNICA POR CINCO: 1) Hace tres meses se agredió verbalmente a una ciudadana por lo publicado en esta revista, pero se la agredió por lo manifestado por el Dr. Carlos Pose, no por ella, y hasta el día de hoy nadie ha presentado las disculpas correspondientes. 2) Aunque haya molestado a alguien lo que publicamos, posiblemente porque la leyeron sin prestar demasiada atención, este mes un usuario nos contó que gracias a esta publicación ingresó un nuevo médico a cubrir los días jueves y viernes. Cosas que pasan. 3) También nos contaron que se está necesitando el ingreso de algún nuevo administrativo porque quien desarrolla esa tarea estaría saturada de trabajo, lo cual también confirma que Los Cerrillos tiene un número de usuarios de Salud Pública como para prestarles debida atención. 4) Pese a esa cantidad de usuarios se sigue demorando demasiado el acuerdo con la emergencia móvil para lograr la puerta única, un diálogo que aún ni ha comenzado, como Pose nos aseguró que sucedería a la brevedad. 5) Hace cuarenta años la población compró una ambulancia para la policlínica, que terminó arrumbada por no pagar tres choferes. Hoy que esa ambulancia se necesita más que nunca el MSP nos sigue ninguneando. ¿Razones? Stop.