jueves, 14 de agosto de 2014

Con Álvaro Jaume, integrante del Colectivo Sauce
LA AGUJA Y EL PAJAR


El productor orgánico Álvaro Jaume integra el Colectivo Sauce y la Asamblea Nacional Permanente en Defensa de la Tierra, el Agua y los Bienes Naturales. Fue preso político de los GAU, estuvo exiliado en Holanda y hoy está procesado por asonada a la Suprema Corte de Justicia, desde aquel día en que muchos nos manifestamos en defensa de la jueza Mariana Mota, finalmente desplazada. Desde hace veintitrés años trabaja su chacra en Sauce, y por eso, y por su intensa labor medioambiental, sabe de lo que habla: la invasión sojera, los monocultivos, el Santa Lucía, los agrotóxicos, los transgénicos y el modelo de país que considera necesario para sustituir las medidas paliativas por auténticas transformaciones de fondo.

—¿Qué grado de contaminación tiene el río Santa Lucía, por qué y cuánto nos afecta a quiénes?
—Comienzo hablándote de mis pagos. Sauce se abastecía de la planta potabilizadora que estaba emplazada en el arroyo Las Toscas, y en los años 2007 y 2008 explota lo que nosotros llamamos la importación de sojeros argentinos. El gobierno argentino había obligado a que los grandes capitales de terratenientes de la soja pagaran un impuesto, y los muchachos argentinos, acostumbrados a moverse en el río De la Plata con total soltura, se vinieron para Uruguay porque aquí la soja no paga ningún impuesto. Nosotros en Empalme Sauce éramos ocho productores dedicados a la horticultura, pero de los ocho quedamos dos, todo el resto de las chacras se fueron llenando de chilcas porque las generaciones más jóvenes ya no querían trabajar la tierra a cuenta de que era una sobrevivencia, entonces a partir de los noventa Canelones empezó a ser un desierto de chacras. Así, los arrendatarios sojeros argentinos venían y arrendaban esas chacras para plantar soja, lo que a los nuevos chacreros les convenía más, en lugar de deslomarse trabajando. Eso fue llevando a que se fueran contaminando las cañadas, los arroyos, el arroyo Las Toscas, porque el sistema sojero destruye la tierra, la desgasta, trabaja a gran escala con una siembra directa, utiliza el glifosato como mecanismo fundamental, de diez litros para arriba de glifosato por hectárea, al colmo de que en el Colectivo Sauce conocíamos dos pescadores artesanales de los arroyos y las cañadas de Sauce, y hoy no existen más, no quedan ni las anguilas, porque se fue contaminando todo. Y sumado a esto desde hace tres años la planta potabilizadora del arroyo Las Toscas está cerrada, no sabemos por qué. El Colectivo Sauce invitó al director departamental de Salud Pública, Carlos Pose y tuvo dos reuniones con nosotros porque queríamos investigar por qué Sauce registraba tantos casos de cáncer, por encima de la media uruguaya, en función del agua que consumía, pero esa investigación quedó muerta, Pose dijo que iba a poner todos los medios a su alcance para colaborar con el Colectivo y nunca más apareció por Sauce. Luego invitamos al ingeniero agrónomo Daniel Panario, grado 5 de la Facultad de Ciencias, y él nos decía que el agua de la OSE en general, toda la que consumimos en el Uruguay, tiene grados de contaminación, al punto que él no consume el agua de OSE. La plantación de soja fue modificando todo el perfil, junto con la explotación ganadera intensiva.
—¿Esos son los únicos agentes contaminantes del río? 
—La contaminación juega en doble aspecto. La que vivió más Sauce, del agua, fue generada por la plantación de soja, que entre otras cosas tiene que ver con la utilización de herbicidas, el glifosato en particular, con el que se quema la tierra para después hacer la siembra directa de la soja, y de pesticidas, como el endosulfán, que está prohibido en muchas partes del mundo. A todo ello se agrega en la cuenca del Santa Lucía la producción animal, que se fue haciendo en grados intensivos, fertilizando y trabajando con praderas artificiales, lo que lleva a que se utilicen cantidades enormes de fósforo, de potasio, de todo tipo de componentes químicos que van por el sedimento y por las lluvias hacia el río. Entonces el Santa Lucía está golpeado por dos lugares, uno es todo el insumo químico del glifosato, los herbicidas y los insecticidas utilizados para la soja, y después todo lo que significan los fertilizantes químicos que se utilizan para la producción ganadera intensiva, y por todo ello el río Santa Lucía tiene un grado de contaminación que asusta.
—¿A qué ciudades de Canelones afecta más esa contaminación? 
—A Santa Lucía y a toda la cadena que va hacia Montevideo.
—La planta más importante de OSE es la de Aguas Corrientes. 
—Exacto. Y en Aguas Corrientes han tratado de generar todo tipo de filtraciones del agua, con un esfuerzo enorme, porque en la medida que el agua se va contaminando cada vez más el esfuerzo para potabilizarla es cada vez mayor. Entonces están usando químicos en cantidades crecientes para poder potabilizar esa agua que viene cada vez más contaminada. Es como una cadena sin fin. Para poder parar esto y cambiarlo habría que tomar medidas radicales de fondo en el modelo productivo. En las reuniones a las que fuimos estaban presentes la DINAGUA y la Dirección Nacional de Medio Ambiente, y los tipos razonan estrictamente en términos paliativos.
—Eso está reflejado en un documento de once puntos del Ministerio de Medio Ambiente. 
—Exactamente. Entonces ves que todo va por ese lado, por intentar paliar la situación, pero nadie dice prohibir las extensiones cada vez más crecientes de plantaciones de soja por ejemplo. Entonces en la medida en que no se toca la soja, en que no se toca la intensiva producción de los feed lots de la ganadería intensiva a orillas del río Santa Lucía, en que no se cambia el modelo productivo, estamos en un callejón sin salida. Vamos llegando a 1.300.000 hectáreas de soja en todo el país, es una locura. Si no cambiamos esto, si no cambiamos lo de los eucaliptos, si se implanta la megaminería, si el modelo productivo es el de las grandes extensiones, otra que sin solución tiene este proceso.
—¿Más allá de lo paliativo, cuál sería la solución de fondo para limpiar el agua del Santa Lucía? 
—La única alternativa que quedaría es repensar este país desde una soberanía alimentaria, orgánica. Lo mismo le está pasando ahora al río Negro. Por eso para nosotros hay que repensar todo el conjunto de la escala del país en términos productivos. El Colectivo Sauce ha profundizado desde ese punto de vista y apunta a lo que significa el trabajo de la soberanía alimentaria a través de la escala orgánica familiar, repensar el departamento canario y repensar la producción del país con un repoblamiento de la campaña, porque el país está prácticamente vacío en el interior, entonces nosotros creemos que tenemos que trabajarlo en una perspectiva de que el uruguayo vuelva a sentir que hay que trabajar la tierra, de manera orgánica, de manera amigable, y que el estado apoye, que es lo que no ha hecho ni Colonización ni el MGAP, en planes productivos, no se apoya al pequeño productor, lo vivimos nosotros como productores rurales, estamos abandonados a nuestra suerte, por eso las chacras se van abandonando, entonces la única manera de que volvamos a lo que fue un agua cristalina en el Uruguay sería repensar el modelo productivo a la escala de una producción familiar manejada por el pequeño productor apoyado directamente desde el estado. Pero eso es otro país.
—Ahí también juegan un rol importante los agrotóxicos. ¿A qué nivel se manejan los agrotóxicos? 
—Uno de los casos extremos de contaminación por agrotóxicos fue cuando en una escuela de Paysandú, en Guichón, que poco menos que las avionetas llegaban fumigando hasta las casas que estaban al borde de las plantaciones, veían cómo de a poquito surgían las enfermedades, y la contaminación ambiental tuvo un grado donde en el ambiente que se respiraba estaba a más del 60 por ciento. Lo que todavía no hemos logrado implantar en la conciencia de la gente es ver -que eso también se lo propusimos a Carlos Pose cuando vino al Colectivo Sauce- qué relación directa hay entre las fumigaciones de agrotóxicos para la soja por ejemplo con las enfermedades concretas.
—¿Cuánto nos afecta el consumo de productos transgénicos? 
—Toda la alimentación no orgánica está destruida por procedimientos químico-fisiológicos que significan ir contra la naturaleza del organismo. Eso demuestra que el tipo de alimento que ha producido esta sociedad está contaminado en sus orígenes. La manipulación genética responde a una lógica del capital trasnacional, de la semilla digitada por multinacionales como Monsanto, de procesos de escala gigante donde es una multinacional la que digita las hectáreas de soja que hay plantadas, a cuenta de entender que es un proceso económico global el uso de la tierra, el manejo de los químicos, el manejo de las semillas, en función de multinacionales. Y nosotros no hemos rescatado nuestra propia cultura.
—¿Qué ganadería tenemos a partir de todos estos influjos? 
—Fijate el ejemplo de la vaca loca y ahí tenés una respuesta.
—Tomando en cuenta tu posicionamiento crítico de la situación actual, mañana por un milagro no religioso aparecés ejerciendo como ministro de ganadería y agricultura. Contame tu plan de gobierno. 
—Si yo tuviera que ser ministro hoy de ganadería, agricultura y pesca iría por el lado de una profundísima reforma agraria, para la que se necesita también una reforma de cultura, de cabeza. Entonces propondría un país que tuviera un estado de cara al pequeño productor familiar, con la posibilidad de darle los medios financieros, técnicos y colectivos de apoyo a su gestión, que estimule y promueva de a poco procesos colectivos y sociales. Si toda esa gente estuviera pensada en una perspectiva de retorno a la tierra yo creo que ahí sí sería ministro de ganadería, agricultura y pesca. Sino no.

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